En una de mis presentaciones en Uruguay. (Foto: Andrés Franco)

Durante 2014 y 2015 escribí nueve cuentos infantiles, que forman parte de la serie Historias Emplumadas. Hasta el momento, solo dos han sido publicados porque, como muchos saben, no es un asunto fácil. Aunque varios piensan que los escritores buscamos hacernos ricos y famosos, nada es más alejado de la realidad. Los escritores por lo general queremos contar las historias que danzan en nuestra cabeza, queremos que nos lean los adultos, o los niños. Para eso, claro, hay que publicar. En otra ocasión les contare sobre las vicisitudes de ser escritor, ahora sobre el camino que transité para escribir textos infantiles.

Admito que la idea de escribir para niños surgió ante la posibilidad de participar en un certamen literario. Sin embargo, tras el impulso inicial, cayó sobre mi cabeza el peso de la responsabilidad, pues quería dejarles un mensaje. ¿Qué escribir? ¿qué mensajes transmitir? No pretendía sermonear a los niños sobre lo que deben o no hacer, sino más bien ponerlos en situaciones para hacerlos reflexionar. Sí, porque los niños piensan, y mucho, no los subestimemos por favor.

Con mi lectora favorita, Isabella Brown. (Foto: cortesía)

Recordé cuánto de niña me agradaban las fábulas de Esopo, por lo que decidí que mis personajes serían animales. Y como la información que había escuchado en la presentación de una investigación sobre los pájaros de mi país, Uruguay, me resultó muy interesante, no dudé en elegirlos mis personajes principales. Pedí el libro a la Comisión Administradora del Río Uruguay —organismo argentino-uruguayo— y entonces, a medida que leía sobre los pájaros, sus hábitats, costumbres etc., fueron naciendo en mi mente mis propios personajes.

Fue trabajo de algunos meses, dedicando mucho tiempo a evaluar todos los aspectos de la historia, y a correcciones. Primero escribí seis cuentos, y luego tres más, que pensé en reunirlos en un libro que titulé Historias Emplumadas, que después se transformó en una serie.

Como periodista no sabía nada sobre escribir para niños —yo solo había escrito artículos y entrevistas para un diario y revistas— busqué opiniones. Primero, colegas del diario y familiares, después, la representante del Plan Nacional de Lectura de mi ciudad, Mabel De Agostini, alguien que sabe qué es realmente atractivo para los más pequeños.

Su crítica me hizo sonreír. No solo por lo positiva, sino porque reflejó los resultados de una “prueba” que ella realizó en niños de diferentes ámbitos; del campo y de la ciudad, de escuelas públicas y privadas. También me hizo saber qué historias debía corregir para hacerlas más claras y así asegurarme de que mi mensaje llegara.

Roni Pearl Reese, amante de los libros. (Foto: cortesía)

ALGO DE MI INFANCIA EN CADA HISTORIA

Para desarrollar un cuento o novela, el escritor debe crear un conjunto de personajes a través de los cuales ocurre la historia. En mi caso, leyendo la investigación sobre los pájaros de Uruguay, vinieron a mi mente los ñandúes —parientes cercanos de los avestruces— corriendo por el campo, los cuales vi cuando visitaba a mis abuelos. También recordé a las vacas y aquella potranca arisca que no nos dejaban montar. Así nacieron los personajes de “El ñandú diferente”, mi primer cuento publicado, gracias a que los niños lo eligieron su favorito en aquella “prueba” que realizó la experta en lectura.

También vino a mi cabeza aquel tero que tuvimos algunos días de mascota cuando era niña. No recuerdo cómo llegó a mi casa, pero probablemente mi padre lo trajo del campo. El villano de “El tero justiciero” —aún sin publicar— es un ragamuffin de nombre Mister Grey, que es uno los gatos de mi madre.

Un cuento más personal es “Amelia perdió un botón”, una historia que refleja muchas de las aventuras de mi infancia, vividas en la ciudad y en el campo con mis hermanas Rafaela y Carolina, y mi primo Alejandro.

Amelia —el nombre de mi bisabuela, a quien no conocí— pierde el botón de su abrigo rojo. Aunque yo nunca perdí el botón, aquel abrigo rojo fue una de las prendas más hermosas que tuve. Lo amé, no solo porque era rojo, sino porque mi tía Odila lo hizo para mí, una niña que vestía con prendas usadas de sus parientes; tener algo nuevo y bello era algo muy especial. Lamento que mi madre lo regalara después de que ya no le quedaba a mi hermana, pues “la regla” era que debía ir a alguien que le fuera útil. Todas mis historias tienen algo de mí, y en ellas quiero decirles a los niños que, todos somos iguales, aunque tengamos diferentes formas o apariencias. Deseo trasmitirles que todos sus sueños son importantes, sean pequeños o grandes; que los extraños son solo extraños porque no los conocemos; y que las circunstancias pueden hacernos tristes o gruñones, pero que el amor es la mejor medicina para todos los males del corazón. Feliz Día del Niño a chicos y grandes

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