Filadelfia, PA- Durante semanas he estado aislada en mi casa. Me siento vulnerable y tengo miedo de lo que puede venir. Justo cuando creo que estoy encapsulada de forma segura de los peligros del COVID-19, si abro la puerta delantera y luego accidentalmente tocó mi cara, empiezo a entrar en pánico. Pienso que me acabo de condenar a muerte, corro al fregadero, me lavo las manos rápidamente, roció Lysol en la manija de la puerta de nuevo y oro para que todo esto se termine pronto.
El terreno sobre el que caminamos con tanta confianza ahora parece ceder sin previo aviso, y nuestras vidas cambiaron de un día para otro.
Desde el asesinato de mi hijo Alex en 2015, he estado viviendo con un temor similar. He vivido en la realidad de “Twilight Zone” y sentí que el mundo se estaba desmoronando mucho antes de que COVID-19 apareciera en escena. Si puede identificarse con esta angustia, se ha vuelto más sensible a la desesperación de los sobrevivientes de la violencia armada.
La violencia armada no está esperando que termine COVID-19. Al enfrentar la pandemia enfrentamos simultáneamente una epidemia de violencia armada: dos crisis de salud pública muy peligrosas que se ven muy diferentes pero que tienen mucho en común. Aunque el crimen general parece estar disminuyendo durante COVID-19, los homicidios han aumentado en Filadelfia y Chicago en aproximadamente un 13% desde el 1 de enero de 2020, según sus respectivos Departamentos de Policía. En el medio oeste, Milwaukee ha experimentado un 12% más de homicidios en marzo de 2020 que en el del 2019, según el rastreador de homicidios del “Milwaukee Journal Sentinel”. En todo el país, las estadísticas son casi iguales.
La violencia armada ha sido decretada durante mucho tiempo como una epidemia de salud pública. El “Giffords Law Center” afirma que aproximadamente 136,000 personas reciben disparos cada año y de acuerdo con el Centro para el Control de Enfermedades (2019), 40,000 personas mueren cada año en los Estados Unidos como resultado de lesiones relacionadas con la violencia armada.
Actualmente, somos conscientes de cada movimiento en la crisis de COVID-19. La información incluye soluciones y respuestas en rápida evolución, destinadas a ayudarnos a mantenernos a salvo. Si la violencia con armas de fuego recibiera este tipo de atención y prioridad, veríamos una disminución inmediata y generalizada de muertes y lesiones relacionadas con armas de fuego. Las campañas de concientización del servicio público relacionadas con la erradicación de la violencia armada aparecerían repentinamente en todo el país y cada gobernador y alcalde tendrán sesiones informativas diarias sobre el estado de la epidemia nacional de violencia armada.
Los sobrevivientes de la violencia armada, incluidas las personas que han sobrevivido a los disparos o han sufrido muertes traumáticas de sus seres queridos, viven cada día con hipervigilancia y ansiedad. En un estado de miedo constante; nos estremecemos ante las noticias diarias que anuncian los últimos tiroteos y asesinatos. Ahora también nos apena la muerte de las personas infectadas por el Coronavirus. En nuestro pánico nacional para recuperarnos de COVID-19, no olvidemos a quienes son asesinados cada día en este país y de sus familias. Tratar la epidemia de violencia armada con el vigor de nuestras actuales estrategias contra COVID-19, podría resultar en salvar muchas vidas. Tenemos que considerar que incluso después de que tengamos la vacuna contra COVID-19, los tiroteos, los homicidios y los suicidios continuarán. Si tan solo pudiéramos encontrar una vacuna contra la violencia armada.
Elogio a los gobernadores y alcaldes de este país por su respuesta rápida y decisiva a la pandemia de COVID-19. La nación está agradecida por los esfuerzos desinteresados y heroicos realizados por tantas personas para salvar vidas y poner fin a nuestro sometimiento al coronavirus. Todo profesional médico, primer respondedor y trabajador esencial es un héroe.
Oro para que la misma urgencia y dedicación se aplique a las muertes y lesiones que ocurren como resultado de la violencia armada. Sin embargo, temo que un mayor incremento en la violencia armada estará esperándonos cuando termine la crisis de COVID-19, porque no ha tenido la suficiente atención, ni esfuerzo en derrotarla.