Faltaban poco más de 20 horas antes del voto final sobre la Ley para Reducir la Inflación en la Cámara de Representantes, y decidí salir a caminar con mi hijo mayor. Como mamá he descubierto que es una técnica infalible para tener su máxima atención. “Mañana hay un voto muy importante en el Congreso”, le dije. “¿Es la ley climática?”, me preguntó. “¡Finalmente lo es!”, le dije.
¡Era tanto mi entusiasmo al empezar esta conversación que hasta caminé más rápido! Y es que hemos hablado tantas veces de lo contaminado que está nuestro aire con las emisiones de las compañías de gas y petróleo, de cómo el calentamiento global está cambiando nuestro clima y sobre todo de los eventos de clima extremo producidos por el cambio climático. Para mi hijo este tema no es ajeno, al contrario, aún recuerda muy bien cuando nos rescataron de nuestra casa en medio del huracán Harvey. Una experiencia que sin duda lo marcó, pero que al mismo tiempo despertó su interés en este debate, uno que ahora sigue de cerca.
“¿Van a reducir las emisiones?”, fue su primera pregunta. En ese momento pude darle una respuesta que dibujó una sonrisa en su cara. “Sí! La ley incluye una importante inversión climática que nos permitirá reducir la contaminación a casi la mitad en los próximos 8 años”, le dije.
“¿Y estás segura que la van a aprobar, tienen los votos?”, me cuestionó. El escepticismo de mi hijo de 10 años no es gratuito. Una y otra vez me ha escuchado hablar de cómo las negociaciones en el Congreso fallaron, de cómo los políticos no hacen lo suficiente por mitigar el impacto del cambio climático, de cómo los Latinos sufrimos con la inacción política.
Esta vez sí estaba segura; esta vez sabía que el liderazgo demócrata en el Congreso había conseguido algo que parecía perdido. “Sí los tenemos”, le dije con los ojos más grandes que pude poner, lo que me ganó una doble sonrisa. Pero no dejé pasar mucho tiempo para comentarle sobre una realidad que me molesta mucho. “Mañana sólo los demócratas votarán por aprobar esto. No habrá ningún republicano a favor de esta ley”, le especifiqué.
Mientras seguíamos caminando traté de explicarle a mi hijo todos los cambios que vendrán con esta nueva ley. Junto con reducir las emisiones, también disminuirá los costos de energía para los hogares, permitirá que más familias puedan tener electrodomésticos, calentadores de agua y aires acondicionados de bajo consumo energético, así como créditos para cambiar las puertas, ventanas y aislamiento de sus casas, para que sean más eficientes y puedan ahorrar energía.
“¿Habrán más casas con paneles solares?”, me preguntó. Desde hace ya tiempo, siempre que recorremos un nuevo vecindario, vemos si las casas o edificios tienen paneles solares. “¡Eso espero!”, le contesté, sabiendo que esta ley estimulará el desarrollo de proyectos solares en comunidades que han sido más afectadas por la contaminación ambiental y de bajos ingresos.
“Me alegro mucho mamá, ¡debes estar contenta!, ¿vamos a celebrar mañana?”, me preguntó, poniéndose primero en la línea de beneficios asociados a esta ley. Me quedé con mucho que decir antes que terminara nuestra caminata. No alcancé a mencionar los miles de empleos que creará esta ley, ni el programa dedicado a abordar la contaminación en las comunidades portuarias. Tampoco pude hablar del monitoreo para calidad de aire, especialmente en áreas cercanas a instalaciones industriales y tantos otros beneficios que se lograron a través de este voto en el Congreso.
Pero sí hubo una última cosa que me aseguré de mencionar. “Quiero que sepas que este no es el final, sino la base sobre la cual seguiremos luchando contra el cambio climático. Todavía hay mucho por hacer, todavía hay mucha gente que está sufriendo por la injusticia ambiental y aunque esta ley es un gran paso adelante, es sólo el comienzo”, le expliqué. “Me alegro que trabajes en esto mamá”, me dijo….. Eso es todo lo que necesitaba escuchar para seguir adelante.