Mira, Mr., tú eres un filipino y yo soy un chicano, y no te voy a pasar la sal.
En este punto me estaba volviendo un poco beligerante y ruidoso. La gente alrededor de la mesa miraba por encima de su comida. Y Pete, como descubrí más tarde que era su nombre, respondió con la voz más amable y suave, casi como un padre hablando amablemente con su hijo. …Y allí estaba yo, atacándolo con los golpes de derecha e izquierda de mi ultranacionalismo.
–Si usted quiere que los trabajadores obtengan un buen salario y está dispuesto a luchar por sus derechos, entonces es mi hermano, Pete continuó.
Me estaba enojando más a medida que avanzaba. Creía en todas esas cosas, pero no necesitaba que un filipino me dijera que yo era su hermano, en especial, frente a todas estas personas.
Pete continuó con su voz amable y suave preguntándome sobre si quería los beneficios médicos, la jubilación, las compensaciones al trabajador, y continuó llamándome hermano.
Mira, creo en esas cosas, pero ellas no me hacen tu hermano; solo mira tu piel y tus ojos, c*ño, ¡no somos hermanos!
Pete continuó, y luego de una hora cerré la boca. Me había quedado sin insultos, pero estaba demasiado orgulloso para dejar la mesa. Mis manos tenían mente propia y le pasaron la sal y él tuvo la audacia de decir: “¡gracias, mi hermano!”
Empecé a decir algo, pero solo negué con la cabeza y me incliné ante mi plato. Comí rápido y me levanté de la mesa, deseando nunca volver a ver a esas personas.
Más tarde me reuniría con César y algunos de los otros líderes sindicales, y nuestra huelga llamada “Dicho y Hecho” estaba en camino de convertirse en parte del Sindicato. Hoy me pregunto si la gente alguna vez le contó a César mis payasadas ese día. Sin embargo, me quedé y fui a trabajar con la UFW y aprendí la historia real del sindicato, y también aprendí que había sangre española en muchos de los filipinos con los que estaba trabajando entonces. Los nombres y las palabras en español eran parte de su cultura.
Dejé el sindicato en 1974. Mi padre estaba luchando contra un cáncer y yo quería obtener mi título universitario como un regalo hacia él. Además, el sindicato quería enviarme a Chicago para trabajar en el boicot y yo no estaba dispuesto a hacerlo. Así que tuve que dejar el sindicato. Fue la decisión más difícil que tomé durante aquel tiempo de mi vida. El sindicato era mi única identidad. Pero durante esos años me puse a trabajar con el hombre que todos llamaban Hermano Pete. Sí, todos parecían amar al Hermano Pete Velasco, uno de los originales huelguistas filipinos.
En 1990, trabajaba en Los Ángeles como Director Regional Occidental de Amnistía Internacional y estaba a cargo de 13 estados. Mientras estaba allí, en 1992, me invitaron a la convención de trabajadores agrícolas que se celebraba en Delano. Fue maravilloso estar allí junto con otros chicanos de Los Ángeles. Al presentarme, César me describió como uno de los mejores organizadores juveniles del sindicato desde sus primeros años. Allí supe que César tenía otros planes para mí. Aunque yo era un buen organizador, en realidad no estaba entre los mejores. César, Dolores Huerta, Fred Ross, conocían mis limitaciones y siempre me desafiaron a mejorar y, finalmente, aprendí a organizarme. Recuerdo que estaba siempre asombrado y admirado de los súper organizadores y, sin embargo, eran hombres y mujeres del común, como yo.
Después de la convención, todos fuimos a hacer un piquete en una tienda Safeway, en Delano. En un cierto momento iba caminando junto a Cesar, charlando, cuando me preguntó por qué no volvía y trabajaba para el sindicato.
¿Por qué querría hacer eso? Le sonreí. Tenía un gran trabajo con Amnistía y la última vez que trabajé allí solo nos pagaban $5.00 por semana y $10.00 por comida. La experiencia de trabajar para la UFW había sido excelente, pero yo ya había estado allí y lo había hecho.
Bueno, dijo haciéndome un guiño, hemos duplicado los salarios.
–Guau, César ¿$10.00 por semana? ¡Tienes que estar bromeando!
–Pues, piensa en ello, y regresa. –
Sonreí para mí mismo. César pensó lo suficiente en mí como para invitarme a volver. fue un honor que me lo pidiera.
En 1993 Cesar murió, y con mi hija Aviva y otras 50.000 personas fuimos a su funeral. Fue un evento extraordinario; me alegré por haber estado con él en 1992.
Luego, en 1994, me reuní durante un almuerzo con la junta directiva del sindicato Trabajadores de Granjas Unidos. Me ofrecieron un trabajo como primer director de la Fundación César Chávez.
Era lo que necesitaba. Volver a mis raíces como trabajador agrícola. Volver al sindicato. Y devolver algo de lo que había obtenido del sindicato, cuando llegué a él.
Todavía consumía y traficaba drogas y estaba involucrado en la violencia. Solía tener dos pistolas cerca de mí en esos días y vivía listo para usarlas. Y por entonces, tenía muy mal genio.
Trabajando con el sindicato y todos los maravillosos trabajadores agrícolas, mi vida cambió. Dejé las drogas y la violencia. En ese momento también estaba releyendo la autobiografía de Malcolm X, y la historia de su vida tiene muchas lecciones para todos nosotros. En aquel tiempo aprendí mucho de Malcolm, MLK, Cesar, Dolores, el hermano Pete y otros.